Dios es la presencia
omnipotente permanentemente presente en todo ser, y es el hombre el único capaz
de accionar esa energía, porque la fe no viene de afuera. Podrán escuchar mil
discursos llenos de amor, podrán asistir a mil iglesias en donde se hable del
Señor, podrán clamar mil veces por la ayuda para despertar esa fe, pero siempre
al final cada quien deberá hacerlo solo.
Esa fe es la que nace del
corazón, la que nace de ese encuentro solitario e íntimo que el ser experimenta
cuando cerrando sus ojos y apretando sus manos contra el pecho, reconoce que su
vida puede mejorar y debe mejorar; reconoce que su existencia es debida a un
magnífico poder que mueve los mundos y dirige la evolución de todas las
criaturas.
Esa fe nace de reconocerse
fruto, hijo bendito de una manifestación incomprendida, inconmensurable y
omnipresente. Esa es la fe que mueve montañas, las montañas de iniquidad, las
montañas de dolores, las montañas de recuerdos, las montañas de rencores, esa
fe que nos permite dejar en paz a todos aquellos que nos han lastimado.
Esa fe que nos abre los ojos
hacia un futuro prometedor y nos quitas las manos de nuestro propio cuerpo para
llevarlas hacia una vida creativa y útil. Esa es la fe que elimina los
sentimientos de autoconmiseración, para convertirlos en una eterna alabanza a
ese Rey de Reyes.
Esa es la fe que mueve las
vidas de aquellos que escriben la historia, es la fe que impulsa al marino a
embarcarse en el mar y la fe que mueve a los alpinistas a escalar las más altas
cumbres, la fe que dirige a los cirujanos en las más delicadas operaciones.
Es la fe que hace reír a los
humildes aun sin tener nada que comer, la misma fe que brilla en los ojos de
los niños aun sumidos en la miseria, la misma fe que reflejan los padres cuando
ven en su cuna al recién nacido, es la fe que siente la madre cuando poniendo
la mano sobre su vientre, recita dulces palabras a ese fruto de su amor que se
encuentra en gestación.
Es la fe que hace madurar los
frutos en los árboles de la naturaleza, la fe que mueve los ríos en su camino
al mar, la que vibra en los corazones humanos cada vez que hay Navidad, la que
inspira, la que mueve, la que motiva, la que despierta, la que agiganta.
Esa es la fe que hace santos
a los santos, la fe que llevó a Cristo a la resurrección, la fe que ha guiado a
los hombres desde el inicio de los tiempos, la misma fe que llevará a todos
ustedes de retorno al Padre.
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